Sobre nagori o la huella de las olas

 


No queda ningún nombre

sino el deseo

y la revuelta luz

de otro lenguaje.

La puerta.

El mar. 

Edgar Bayley

Hay una calle que me gusta recorrer en compañía de mi perro. Se puede observar una variedad de colores con solo recorrer unos cuantos metros; por momentos, da la apariencia de un cuadro impresionista.

Hace algunos días, caminábamos como de costumbre y pasamos frente a una casa con rosales, de esos con flores grandes y elegantes. Me detuve frente a uno y me acerqué a olerlo. Me sorprendió la intensidad del aroma. Este permaneció unos cuantos segundos y me transportó a mi infancia, cuando jugaba en los jardines de la escuela. Me resulta curioso cómo esos olores se desvanecen con el tiempo, transformándose en recuerdos fugaces. Cuando uno va a la florería, las rosas huelen distinto, su función es meramente decorativa. Incluso pensaba en el simple acto de acercarse a oler una rosa. A primera vista, parece una acción inocente, sin embargo, implica una pausa dentro del ajetreo cotidiano, el mero goce de reconocer la belleza y agradecer a las flores por estar ahí.

Días más tarde, volvimos a recorrer el mismo trayecto. Cosme es un perro mayor y hay que andar con calma. Cuando caminas despacio, las cosas se miran distinto. Pasamos de nuevo frente a la casa de los rosales, pero la lluvia del día anterior los había deshecho. Encontré unos cuantos pétalos en el suelo y los guardé en mi bolso. Uno lo puse en un libro de Edgar Bayley, como un regalo silencioso por haberme acompañado en estos días. Parece increíble, pero el aroma permanece en la solapa. Sentí nostalgia por la rosa y una sensación de tristeza, tendré que esperar hasta la siguiente estación. Pero tampoco puedo ser tan egoísta como para pedir que cese la lluvia.

La rosa marchita me hizo pensar en una palabra japonesa, nagori, que evoca la nostalgia por lo perdido y las marcas que deja el pasado. Ryoko Sekiguchi la describe como "lo que queda" y puede referirse a objetos, personas o incluso momentos que ya no están, como las últimas flores de un árbol al final de la temporada o la imagen de un ser querido que ha fallecido.

La complejidad de nagori permite emplearla como verbo en el sentido de entristecerse por una despedida y como expresión idiomática, como en no yuki (nieve de nagori), es decir, la última nieve que resiste ante la llegada de la primavera o no tsuki (luna de nagori), la luna que se desvanece en el alba. Existe otra frase, nagori no sakazuki (el cáliz de nagori), que se refiere al último trago con un amigo antes de despedirse. Para Sekiguchi, "en el nagori se entreveran apego, nostalgia y emotividad".

La palabra es aún más hermosa por su origen, que se remonta a nami-nokori, "vestigio de las olas", lo que dejan las olas después de tocar la playa, como esas líneas que se quedan grabadas en la arena, junto con las algas, conchas y otros restos que vemos en nuestros pies recién besados por el mar.

A diferencia de la saudade, donde los recuerdos reflejan cierta felicidad y tristeza por la ausencia, nagori deja ver la aceptación por la pérdida. Hay una especie de humildad en la resignación de lo que se ha perdido. No hay manera de cambiar el destino de lo que amamos, tarde o temprano termina. Lo despedimos con el corazón en la mano y aceptamos su partida. Quizá nuestros recuerdos de lo que ya no está nos acompañan y permanecen con nosotros por mucho tiempo, como ese pétalo guardado en el bolso.

*Sekiguchi, Ryoko. Nagori. La nostalgia por la estación que termina. Periférica, 2023.


Foto de Suzy Hazelwood: https://www.pexels.com/es-es/foto/mar-amanecer-paisaje-puesta-de-sol-5337670/

 

 

 

 

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