Sobre los nombres o la importancia de llamarse Claudia

 

¿Será porque se me inquieta la ignorancia?

Sea como sea, aquí dejo escrito

lo que supe del tiempo mientras regaba la viña.

Jorge Leonidas Escudero

Desde que existe el lenguaje, comenzamos a nombrar a nuestros semejantes. Los nombres no solo nos dan un lugar en el mundo, sino que también nos dicen quiénes somos y de dónde venimos. Todos ellos actúan como una segunda piel. Nombrar nos hace humanos y parte de una comunidad.

Los nombres propios constituyen un rasgo universal presente en todas las culturas. En algunas regiones de África, estos poseen una función protectora que aleja los malos espíritus, mientras que los vietnamitas tienen la libertad de elegir el nombre que llevarán a lo largo de su vida adulta. En la lengua asháninka, el nombre sirve como un puente entre la naturaleza y el mundo, expresando así un “yo” que abarca lo físico y lo espiritual.

La elección del nombre no solo habla de nosotros, sino también de nuestros padres. Heredamos sus intereses, miedos e incluso sus conflictos de identidad, llevando cuestas una historia familiar que moldea nuestra relación con el mundo.  El nombre, en consecuencia, tiene un peso significativo en nuestra vida; nos apropiamos de él y lo habitamos día tras día. El nombre se erige como una afirmación ontológica que trasciende de meras grafías y fonemas. Nombramos sensaciones, recuerdos y vivencias. Reconocemos al otro en su alteridad.

Aunque raramente hablamos de nuestros nombres, existe una división tácita entre quienes aprecian el suyo y quienes no. Personalmente, me encuentro en el segundo grupo.  En ocasiones, mi nombre me parece ajeno, como si llevara una prenda de talla distinta. Sin embargo, no me imagino llamándome Valeria, Shakti o Laura. 

Mi insatisfacción, posiblemente, radica en el significado de Claudia, derivado de claudus (cojo o persona que camina con dificultad). Esta asociación carece del atractivo que encuentro en nombres con significados potentes y sonidos melodiosos. 

A pesar de conocer a varias Claudias, desde compañeras de universidad hasta vecinas, me resulta bastante curioso cómo todas tenemos muy poco en común. Al nombrarlas, una sensación extraña me invade, y continúo preguntándome qué Claudia soy realmente. ¿Soy acaso lo que los demás llaman?

Cuando era niña, creía que Claudia era más apropiado para alguien mayor y prefería ser llamada por mi segundo nombre. Saraí siempre me ha parecido más dulce. Sin embargo, con el tiempo, regresé al primero. Quizá aquello es una especie de dualidad y mis nombres son interdependientes; no hay Claudia sin Saraí, ni Saraí sin Claudia. 

Aunque Claudia pueda considerarse un nombre bastante ordinario, descubro historias curiosas que lo envuelven, como su presencia en un asteroide* en la constelación Libra y en una deliciosa ciruela**. 

*311-Claudia:

Constellation: Libra

Magnitude: 15.75 (V) 

Distance: 2.96 AU

24.64 lightmin 

**Ciruela claudia:

Ciruela redonda, de color verde claro y muy jugosa y dulce.

Tesone, Juan Eduardo. En las huellas del nombre propio: lo que los otros inscriben en nosotros. Letra Viva, 2016.

del Carmen Llontop-Castillo, María. "Análisis semántico-cultural del nombre propio en una lengua nativa: caso lengua asháninka." Maestro y Sociedad 18.1 (2021): 146-162.