Sobre no tener oficio


Si usted toma la punta de un conocimiento

y empieza a tirar el hilo

va a sacar una sombra

Jorge Leonidas Escudero



El consejo más común que los autores consagrados suelen dar a los jóvenes es leer mucho y tener disciplina. Recientemente, escuché a un novelista español decir que el oficio de escribir es, sobre todo, un "oficio de culo". Después de una entrevista de casi dos horas y de sus comentarios sobre su nueva obra de más de mil páginas, no pude evitar sentirme avergonzada y decepcionada por mi falta de constancia y disciplina, aunque he de aceptar que también por mi falta de "culo", entiéndase esto en el sentido más amplio. En mis reflexiones internas me dije: quizá no seas escritora.


Sigo creyendo que el oficio de escritor y el proceso creativo suelen romantizarse en exceso. Miro las fotos de mis conocidos y veo cómo algunos asocian el acto de escribir con una taza de café, cigarrillos, una copa de vino o la imagen de un libro, entre otros artilugios. A menudo comparten extractos de lo que acaban de escribir, ya sea una serie de poemas, un nuevo cuento o el último capítulo de su próxima novela. Sin embargo, aunque estas imágenes y publicaciones puedan parecer inspiradoras, reflejan una realidad parcial del proceso de escritura. Como decía nuestra querida Wislawa Szymborska , cuando se cierra la puerta y nos despojamos de los adornos y accesorios poéticos, quedamos en silencio frente a la hoja en blanco, que es lo que verdaderamente importa.


Resulta poco atractivo mostrar las tachaduras de nuestros textos o los archivos inconclusos en una carpeta llamada "textos", así como las fotos que dan testimonio de las horas que pasamos sin conseguir una línea coherente, entre otras acciones mundanas. Quizá todo ese tiempo que invertimos mirando redes sociales, viendo episodios de series, haciendo compras o simplemente sentados en el baño también forme parte del proceso creativo. Una vez más, Szymborska tiene razón: la labor del poeta carece lamentablemente de fotogeneidad.


En lo que a mí respecta, me resulta difícil encontrar tiempo para escribir. Suelo tomar notas en un pequeño cuaderno o en mi teléfono. Es un desafío encender la computadora, abrir un documento y, de repente, empezar a escribir. Lograr una cuartilla es toda una hazaña; puedo llenar páginas con palabras, pero darles profundidad, reflexión y orden requiere tiempo. Tal vez intento ocultar mi falta de talento y mi mediocridad detrás de mi escasa formación literaria. No estudié letras; rara vez se pedían ensayos en mi carrera y nunca tuve el hábito de llevar un diario. Empecé a escribir bastante tarde en mi vida.


El trabajo, las actividades diarias, las distracciones, las notificaciones y los sonidos no se detienen. Todos estos elementos conspiran para apartarnos de nuestras labores y, en esta era del multitasking, concentrarse en una sola tarea es sumamente complicado. Si ya me resulta difícil ordenar las cosas en mi pequeño apartamento, aún más complicado es ordenar mis ideas. En mi lista de tareas, siempre intento completar primero las del trabajo, ya que es mi principal fuente de ingresos. Sin embargo, estas responsabilidades suelen absorber gran parte de mi día. Luego vienen las clases que imparto, los quehaceres domésticos, y termino con poco tiempo y energía. Aunque logro reservar un día a la semana con menos actividades para dedicarlo a la escritura, a menudo me embarga una sensación de culpa por no escribir tanto como desearía.


En lo que yo llamo mi “día de escritura”, suelo asistir a un pequeño café cerca de casa. Si dependiera de mí, preferiría escribir en un parque u otro lugar público, aunque, siendo sincera, usar mi laptop allí no sería ni cómodo ni seguro. Además, tengo la costumbre de comer mientras escribo, un hábito que lamentablemente adquirí en mis tiempos de estudiante y que ahora asocio inevitablemente con la escritura. Cada vez que acudo al café, sé que también acarrea un gasto adicional. Por lo tanto, hacer “horas de culo” no es una opción factible, pues los propietarios no suelen estar interesados en nuestras crisis existenciales en torno al proceso creativo.


Después de mis divagaciones sobre mi falta de talento, continué pensando en si esto es verdaderamente mi oficio. Pero, ¿de dónde sacar la disciplina, las energías, el tiempo y el dinero para escribir? Tal vez las "horas de culo" requieren de un espacio adecuado, estabilidad, recursos económicos y tranquilidad.


Ante mi desesperanza y falta de comprensión, decidí recurrir a otra de mis autoras queridas: Natalia Ginzburg. Ella afirmaba desconocer el valor de lo que podía escribir; sin embargo, hacerlo la hacía sentirse cómoda. Contaba que padecía la escritura por encargo, pero cuando creaba historias, lograba sentirse como en su lugar natal; entonces, la memoria y la fantasía convertían la escritura en una actividad más placentera. Esto me hizo darme cuenta de que no disfruto de esta actividad cuando intento competir, exponerme y buscar reconocimiento.


Ginzburg afirmaba que cuando escribía, no le importaba lo que hacían otros escritores. En mi caso, una idea comienza a rondar mi cabeza, a menudo relacionada con cosas banales como muebles, cortes de pelo, objetos y osos de peluche. Luego, investigo, leo historias relacionadas y decido contar anécdotas. Así, el tiempo pasa rápidamente y logro abstraerme, desconectándome de lo que sucede a mi alrededor por unas horas. Los premios, las antologías y las publicaciones en revistas me importan poco.


Por otro lado, escribir implica para mí un desgaste y una especie de desprendimiento, comparable a cuando asisto a una sesión de terapia. Me genera desconfianza quien afirma salir de una sesión completamente calmado y renovado. En mi caso, la terapia me deja con más preguntas y, de cierta manera, agotada, ya que representa una catarsis emocional. La escritura produce un efecto similar, nos sumergimos en lo más profundo y nuestra condición terrenal se relaciona con lo que escribimos. Como mencionaba Ginzburg: "Pero ser felices o infelices nos lleva a escribir de un modo u otro. Cuando somos felices, nuestra fantasía tiene más fuerza; cuando somos infelices, nuestra memoria actúa entonces con más brío".


Quizás no llegue a nada con lo que escribo. Sigo dudando sobre si esto es realmente mi oficio, si seguiré escribiendo, si algún día obtendré una retribución económica por ello, si me dedicaré a otra cosa o si cambiaré miles de veces de opinión. Escribir me mantiene en una eterna interrogante. Como Natalia, conozco el valor relativo de esto, pero no el absoluto.



Ginzburg, Natalia. Las pequeñas virtudes. Acantilado, 2019.


Comentarios

  1. Por un lado, pienso que siempre habrá una corriente de artistas que hablen de su oficio con palabras chocantes. En un momento dado, uno podría sintonizar con ese lenguaje; pero si no es así, hay que buscar a los maestros y compañeros de oficio que nos ofrezcan palabras a la vez verdaderas y en un idioma con el que resonamos en ese momento. Y por el otro lado, pienso que leer y cultivar la disciplina son útiles cuando empieza en el oficio. Pero los inicios... pasan, y así los preceptos y las prácticas pueden llegar a tomar formas muy personales. En conclusión, vos dale. Tu post es escribir, y muy bien, y a mí me dice mucho.

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