«NUNCA CHOVEU QUE NON ESCAMPARA»
y de paso,
mate a los que me ofendieron
Miyó Vestrini
Se dice que gallegos tienen más de cien palabras para describir la lluvia. Sus pieles pálidas y un aparcamiento de sombrillas lo confirman. La chova deja de ser el agua que cae de las nubes. La chova se escurre por los poros. En Galicia, cada gota es un poema interminable. El froallo es una brisa tímida que muere con los rayos del sol. El orballo, una lluvia invisible que se escabulle a través del cuerpo. La babuña es esa lluvia tenue y presurosa. El ballón es una lluvia que mata por poco tiempo, parecida al enamoramiento. La patiñeira susurra cada paso sobre los charcos. La bátega toma de sorpresa al salir del trabajo. La treboada parece el estruendo de una ópera de Wagner. Después de la lluvia, el musgo brota en las yemas de los dedos. Aquel que visita Galicia se contagia de morriña y, por alguna extraña razón, termina extrañando su tierra natal. Aquel que visita Galicia arrastra una tristeza inexplicable. Sabe que algo falta. Sabe que algo duele.
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