Un osito de peluche de Taiwan
Nuestra
fascinación por los osos se remonta al paleolítico; un ejemplo de ello se puede
observar en el arte rupestre de las cuevas de Ekain, en el País Vasco. Me
resulta bastante curioso entender cómo aquellas bestias peligrosas se
convirtieron en los tiernos juguetes de peluche que duermen en nuestras camas. Ya
sea en cuevas o en nuestra habitación, los osos y los humanos tenemos un
vínculo poderoso.
Para
los Ainu, un pueblo originario de Hokkaido, en el norte Japón, los osos son
llamados kamui, cuyo significado es dios. Estos interesantes animales
tienen la posibilidad de hablar con los dioses y de trasmitir su mensaje a los
humanos. También existen otras especies que se consideran deidades, por ejemplo,
los lobos, los cuervos, las ranas, los peces, entre otros. Sin embargo, los
osos están a la cabeza de los espíritus, puesto que son ellos quienes se
encargan de proteger las montañas.
Así,
los dioses vienen a este mundo disfrazados de animales y sólo pueden volver a
su lugar de origen con la ayuda de los humanos. Para lograr esto, se llevaba a
cabo la ceremonia del iomante, en la que se sacrificaba a un oso para
liberarlo y, de esta manera, se devolvía su espíritu al plano supraterrenal. Cabe
mencionar que dicho ritual duraba tres días y era un acto de respeto y
veneración al dios-oso.
El
iomante fue eliminado en la primera mitad del siglo veinte, debido a que
se entendía como una manifestación de crueldad animal. Décadas más tarde, la ceremonia
pasó de la censura al reconocimiento, ya que data de más de 1000 años y es
fundamental para entender la historia de los ainu. Actualmente, los kamui
están en museos y son animales de respeto. Gracias a ellos, los humanos
pudieron sobrevivir y alimentarse.
En
occidente, los osos adquirieron popularidad a través de la figura del “teddy
bear”. Se dice que estos tiernos juguetes se inventaron en honor al presidente Theodore
Roosevelt, ya que éste se rehusó a dispararle a un oso durante una cacería. Más
tarde, Morris y Rose Michtom siguieron la noticia y decidieron crear ositos de
peluche para su posterior venta.
Desde
el punto de vista de la psicología, los osos de peluche también funcionan como “objetos
transicionales”; es decir, aquellas posesiones materiales que otorgan una
sensación de seguridad y tranquilidad a los niños, sobre todo, en momentos de
cambio y transición emocional. Nuestra atracción por los osos nos ha llevado a
crear peluches robotizados con reacciones y personalidad propia.
Por
otro lado, los ositos de peluche no son exclusivos de la infancia, también
pueden ser muy útiles en la vida adulta. Estos suaves y tiernos objetos nos ayudan
a afrontar situaciones de estrés, así como momentos de crisis. Quizás tener un
animalito de felpa sea motivo de vergüenza y parezca demasiado infantil para
muchas personas; no obstante, se dice que es bastante común que conservemos
nuestros juguetes de la infancia, pues nos permiten dormir mejor y sentirnos
acompañados en los tiempos de soledad.
De
esta manera, nuestros objetos de transición nos ayudan a recordar que existe el
amor incondicional y a superar los traumas que vivimos durante la niñez. Podemos
tratar a esos animalitos con la ternura y la comprensión que nos hubiera
gustado recibir por parte de nuestros padres. En mi caso, convivo junto a dos
osos de peluche: Otto y Rita. Otto permaneció mucho tiempo escondido con
vergüenza y Rita llegó por mera casualidad. Probablemente, ambos son una
especie de vínculo material con mi infancia. Me gusta pensar que acompañan a mi
perro y que cuidan de mi hogar cuando salgo al trabajo.
Escribo esto y voy dejando de lado ese sentimiento de vergüenza por tener juguetes como compañía. Los objetos tienen un lugar especial en mi vida y también forman parte de mi pasado. Quizá mi memoria no distingue entre materia y espíritu. Aún queda algo de ese hombre primitivo que imaginaba que las cosas, las plantas y los animales tenían su propia alma.
Kindaichi, K., & Yoshida, M. (1949). The Concepts behind the Ainu Bear Festival (Kumamatsuri). Southwestern Journal of Anthropology, 5(4), 345–350. http://www.jstor.org/stable/3628594
https://www.newyorker.com/culture/photo-booth/a-piercing-view-of-the-twentieth-century-through-the-eyes-of-the-teddy-bear
Imagen de Anita Smith
El post es súper interesante, y el final es sencillamente poderoso. ¡Gracias!
ResponderBorrarDisfruté mucho la lectura de este post. Gracias por compartir tu conocimiento y gran talento.
ResponderBorrarGracias por la lectura. Un abrazo.
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