Sobre la pereza

La mañana ha cumplido su promesa.

Jorge Guillen

                                                                            

En nuestros tiempos, la pereza se ha vuelto un privilegio de unos pocos. No podemos darnos el lujo de tumbarnos debajo de un árbol y observar el esplendor del Misisipi, como los personajes de Mark Twain. En lo que a mí respecta, me avergüenza decir que soy perezosa. Solo la enfermedad me obliga a tomarme un descanso y me cuesta negarme a mis labores cotidianas.

La palabra pereza tiene su origen en el vocablo latino pigritia, que se refería a aquello que era “flojo” y que mostraba resistencia al trabajo. Del mismo modo, existe una estrecha cercanía con la lengua celta, dado que piktas significaba traicionero. Otra teoría menciona que la pereza se relaciona con el término hebreo peger, que implicaba holgazanería; lo anterior derivó en pícaro.

La pereza es una actitud descuidada o negligente frente a las cosas que tenemos que hacer. En la religión cristiana, se le considera uno de los siete pecados capitales, por tanto, padecerla conlleva una sensación de culpa. Este abandono, de índole física y espiritual, sería el origen de los vicios y se contrapone a la virtud de la diligencia. De esta manera, ser perezoso es una especie de esclavitud que rehúye al esfuerzo.

En la Divina Comedia, la pereza se muestra en el Purgatorio, que se divide en siete terrazas. En la cuarta se encuentran los perezosos, quienes están forzados a trabajar exhaustivamente, incluso no pueden conversar durante sus labores, ya que les es imposible parar.

Ahora bien, en la pereza subyace una rebeldía. En ella radica una especie de negación frente a lo que estamos obligados a hacer. Ser perezoso implica resistirse y decir no. En su ensayo Metafísica de la pereza, Juan Evaristo Valls Boix plantea que la pereza conlleva un juicio, puesto que ocurre una toma de conciencia al negarnos a hacer algo. Bostezar, roncar, parar y “desafanarse” se oponen a la mentalidad neoliberal del Just Do It, remplazándola por el Just Do Nothing.

En tiempos del multitasking y del freelance infinito, la pereza se vuelve emancipadora. Ya decía el buen Byung Chul-Han que en la sociedad del cansancio los sujetos se explotan voluntariamente con el falso propósito de la autorrealización. Para el filósofo coreano, los individuos hemos nacido para jugar (homo ludens), no para trabajar (homo laborans).

Mediante la pereza elogiamos al ocio, dejamos de producir, nos desalienamos. Me gusta pensar que puedo hacer eso, aunque sea por un momento. Cuando me vuelvo perezosa, hallo un atisbo de invención. Quizás al perder el tiempo, gano un poco de libertad.

 

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