Sobre la labranza
[...]Ambos tenemos el tesóny la paciencia
de la araña.Puede permanecer
un año escondida.Y es un misterio
saber qué la alimenta. Estela Figueroa
He pasado temporadas sin poder escribir un verso. Me
hallo frente a ideas difusas que difícilmente tomarán forma. Quizás el trabajo,
el cotidiano y la vida misma me impiden hacerlo como yo quisiera. En estos
tiempos es casi imposible dedicarse de lleno a la escritura. Muchos literatos tienen
diferentes empleos para pagar las cuentas. Algunos emprenden negocios y hacen
malabares. Otros nos dedicamos a la ardua tarea de la docencia.
Agota Kristof trabajó
durante cinco años en una fábrica de relojes. Los sonidos monótonos de las
máquinas le permitían contar los versos. Por la noche, los escribía y corregía antes
de acostarse. Gloria Anzaldúa invitaba a escribir sin importar el espacio, ya
fuera en el baño, en la cocina o en el autobús. Sin embargo, cada vez es más difícil
dedicar un tiempo para sí y observar la
vida en marcha, como decía Roger Munier.
Noté que quería seguir el ritmo de los demás escritores. Me enteraba de sus nuevas publicaciones y de sus giras por diferentes países. Lo anterior me generaba culpa por no ser lo suficientemente productiva o no estar al tanto de las primicias literarias. Entonces supe que mi escritura tiene su propio tiempo, parecido al de la labranza. Los frutos crecen y maduran poco a poco, siempre bajo ciertas condiciones. Habrá cultivos que necesiten mayor cantidad de luz. Habrá otros que necesiten cuidarse de las bajas temperaturas y de los insectos.
Durante años intenté adelantar el ciclo. Quería que mi
cultivo fuera perenne; no obstante, esto me impedía disfrutar de la tierra
entre mis manos. Escribo y, al mismo tiempo, siembro. Mi oficio es lento,
simple, mundano. Tengo periodos de sequía persistente o de lluvias que preparan
los cultivos. Mientras tanto, aprendo a callar, contemplo y espero. De una pequeña
semilla pude brotar una hermosa flor.
Comentarios
Publicar un comentario