Sobre pedir disculpas o cómo hacer cosas con palabras
Que me disculpen
las grandes preguntas
por las
pequeñas respuestas
Wislawa Szymborska
De
vez en cuando fantaseamos con las disculpas de las personas que nos hicieron
daño. Imaginamos sus palabras y gestos acompañados de un profundo arrepentimiento.
Nuestra respuesta obedecería a la gravedad de la ofensa. En algunos casos responderíamos
de forma compasiva; en otros, con desprecio. En el fondo, esperamos una
disculpa para poder hacernos justicia. Familiares, compañeros de trabajo, exparejas,
vecinos y otros, entran en un listado de personas que deberían pedirnos perdón
por algo. No hay que olvidar que es muy probable que también estemos en la
lista de alguien.
Ahora
bien, pedir disculpas es una cosa seria. Uno no puede disculparse de la nada y
en un lugar cualquiera. Imaginemos que alguien nos ofrece una disculpa mientras
nos divertimos en un parque de atracciones o en medio de una obra de teatro.
Pedir y aceptar disculpas requiere de cierto protocolo, ya que es interacción sumamente
profunda entre los individuos.
Un
señor llamado J. L. Austin decía que nuestras palabras también se convierten en
acciones; es decir, en actos del habla. Así, lo que
enunciamos tiene un efecto en los otros; decimos y hacemos al mismo tiempo. Por
otro lado, las palabras pueden cambiarnos de un
estado a otro. Cuentan que ya no se es el mismo después de decir “sí, acepto”.
John
Searle, otro señor interesado en las conversaciones ajenas, planteó que era
necesario cumplir con ciertas condiciones para que nuestra comunicación fuera
efectiva y decidió llamarlas “condiciones de
felicidad”. Para lograr esto, nuestro interlocutor debe comprender lo que se
dice y en un contexto adecuado. Asimismo, el hablante y su mensaje deben ser sinceros.
Por último, el participante debe tener la intención de comunicar algo.
Así
pues, las disculpas también deben ser concisas y no excederse en “peros”, ya
que si el sujeto justifica que en el fondo no debería disculparse, dicho acto
pierde sentido. Años después, investigadores realizaron un estudio sobre las
estrategias que las personas empleaban para excusarse. Observaron que hay dos
tipos de perdón: el verbal y el “pseudoperdón”.
Este último es nocivo para las relaciones interpersonales, pues la ofensa no se
condona del todo.
Por
otra parte, hay un tiempo preciso para pedir perdón. Si lo hacemos demasiado
pronto, el acto pierde su valor. Queda claro que el tiempo es el mejor aliado. Pensándolo
bien, esperar disculpas significa que estamos del lado bueno y que tenemos la
razón. Olvidamos que, de uno u otro modo, también hemos ofendido y lastimado. Siempre
habrá conflictos que no tengan solución. Lo mejor es abandonarlos y seguir adelante.
Por cierto, me disculpo por esto.
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