Sobre leer un poema
me habita
yo
la escucho
se me volvió serena
se me volvió sonora.
Claribel Alegría
Soy feliz cuando me siento a leer un poema. Sin
embargo, esa sensación de plenitud comienza
a desaparecer cuando me invaden los vicios académicos. ¿Qué quiso decir el
poeta?, ¿a quién se refiere?, ¿cuál es su estilo?, ¿a qué corriente pertenece?
Todas esas preguntas se asemejan a decenas de hormigas caminando sobre el azúcar.
Poco a poco, observo cómo me pierdo en
un bucle de motivos, intenciones, paralelismos, intelectualismos, ismos, y
olvido lo verdaderamente importante: el diálogo con el poema.
Ya se ha dicho muchas veces, pero no está de más
repetirlo: la poesía es una forma de conocimiento. No obstante, hay otra cosa
que también llama mi atención: la lectura como experiencia. Cada poema se vive
de manera diferente. En los poemas las sombras cobran vida y revelan lo que
la luz no se atreve a decir. A diferencia del reflejo, en las sombras se deja ver
otra verdad. La conciencia de que existe una sombra es ya un descubrimiento; es
saber que hay algo más allá. En esa sombra soy yo, pero también puedo ser quien
yo quiera. Me separo de mi historia, de mis ojos, de mi boca. Puedo ser yo con
otros ojos, otra lengua, otro nombre, aunque sé que todo eso se desvanecerá.
Tal vez un neurólogo, un lingüista o alguien de bata
blanca soltaría una carcajada y me diría que esas divagaciones se llaman
pensamiento abstracto; que hay regiones en mi cerebro como el córtex del
cíngulo posterior y el lóbulo temporal medial que se activan y se asocian con
la introspección. Todos ellos tendrían razón; sin embargo, les sería difícil
explicar cómo esa experiencia no ocurrirá dos veces. Después de leer un poema,
las cosas no son las mismas; el mundo se mira distinto.
Paul Celan decía que el poema era algo dialógico; este último se asemejaba a un mensaje dentro de una botella arrojada al mar. Al escribir un
poema hay una probabilidad de que alguien lo reciba o que también se pierda
entre las olas. Así, cuando llega uno a nuestras manos, abrimos la botella,
leemos el mensaje, lo asimilamos y se crea un vínculo entre el poeta y el
destinatario; aunque ninguno de los dos tenga noticia de ello. No
estamos obligados a saber qué quiso decir el poeta en ese momento o cuál fue su
inspiración. La poesía no tiene que dar explicaciones; se vive, se
sueña.
En cuanto a mí respecta, lo que único que sé es cómo
vivo un poema. Ya no soy la misma. Inhalo el aliento de otros. Me vuelvo
cómplice y dialogo con los poetas a través de sus ecos. Nunca se está solo
cuando se vive entre versos.
"Nunca se está solo cuando se vive entre versos". Lo comparto por completo: se está con el universo.
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