Sobre la palabra brouhaha
Roger Munier
Hace poco me reencontré una de mis palabras favoritas:
brohuhaha. Cuentan que dicha palabra
proviene de la frase hebrea bārūkh habbā “bendito el que viene”. Con el tiempo, los sonidos de los rezos judíos comenzaron a deformarse por aquellos
que no sabía hebreo, hasta convertirse en una onomatopeya o un sonido confuso
que surge de una multitud.
Otra hipótesis menciona
que brouhaha se origina de una interjección
diabólica cuyo fin era inspirar terror: brou,
brou, brou, ha, ha, brou, ha, ha. En Las
preciosas ridículas (1659), Molière usa el término para referirse al ruido
que emitía la audiencia al momento de mostrar la aprobación de un espectáculo: "si le Comédien ne s’y arrête, et n’avertit par là qu’il faut faire le brouhaha?".
En español tenemos bullicio. También una palabra hermosa;
sin embargo, carece de la alteridad de brouhaha.
Quizá la palabra es bella porque reconoce la existencia del otro. El brouhaha
necesita de terceros para poder existir. Así, cuando no logramos distinguir el ruido o las voces que están a nuestro
alrededor, nos encontramos frente al encanto de un brouhaha. Sabemos que existe alguien más, que es la vida en marcha; no obstante, ese
alguien siempre será un desconocido y es mejor que sea así. Decía Roger Munier:
“lo verdadero también se oculta. Lo verdadero se vela a sí mismo, como toda
cosa”.
Mi amor por la poesía se deriva de mi curiosidad por las
palabras. Cada término está lleno de posibilidades. En el poema las palabras cobran
vida, como pequeños hongos que brotan en el bosque. Camino y observo cómo la
naturaleza tiene su propio brouhaha. El susurro de los árboles, los trinos, los
balidos y el llamado de los gallos. Todos ellos se funden con el ruido de
autobuses lejanos y hablan al mismo tiempo.
Chuchoter,
autrui, hôte, neige, vermine, briser, écouler, sœur, parole, froallo, bolboreta, oraçao, waterfall, rain, glass, beloved, cigarra, jazmín, verano. Todas
ellas habitan en mi propio diccionario.
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