Sobre los perros

 

no me importo

porque yo no soy

un hecho de importancia

Reynaldo Pérez So

                           

Amo a mi perro más que a algunos humanos. No puedo evitar sentirme misántropa e inhumana ante semejante afirmación, pero es cierto. Muchos pensarán que formo parte de ese grupo de adultos que resuelven sus carencias afectivas con una mascota. Hay algo de verdad en ello,  incluso me cuesta llamar a Cosme “mi mascota”. No hago daño con amar a otro ser vivo. Quizás el cariño que le tengo a mi perro no servirá para  hallar la cura del cáncer o la solución a la crisis del agua. Sólo sé que tenerlo a mi lado me hace sentir más humana.

Con el tiempo he notado que he aprendido más de los perros que ellos de mí. Algunos han hecho mi vida llevadera. Los canes tienen una inmensa capacidad para demostrar afecto. Logramos conocer el amor más noble e incondicional gracias a su compañía. Cuentan que fue Diógenes de Sinope quien dijo: “Mientras más conozco a la gente, más quiero a mi perro”. Aunque yo me quedo con los versos que Lord Byron escribió a Boatswain: «Near this Spot/are deposited the Remains of one/ who possessed Beauty without Vanity, /Strength without Insolence, /Courage without Ferosity, /and all the virtues of Man without his Vices».[1]

Los perros fueron los primeros animales domesticados y nos han acompañado a lo largo de la historia. Se podría decir que es la amistad más larga que los humanos hemos tenido. Si bien podemos ser demasiado amorosos con nuestras mascotas, también somos bastante crueles. Cosme me hace entender la vida de otra manera; me ayuda a recordar que aún existe la ternura. Nuestros fieles amigos viven en un tiempo que a los humanos nos cuesta entender: el presente.

Cuando caminamos juntos, lo miro complacido y contento. Tal vez a él le pasa lo mismo. Hay días en que observo cómo toma el sol y entrecierra sus ojos en una batalla frente al cansancio. Veo con detenimiento sus pecas, su nariz manchada y el azul grisáceo de sus pupilas. Pienso en quién habría sido en su vida anterior; tal vez Teodorico VI. Vienen a mi mente Argos, Cerbero, Laica y Calbuco. Cosme es un perro mayor con una humana demasiado imaginativa. Me doy cuenta de que ambos estaremos en esta vida por poco tiempo.

Los momentos de felicidad también los vivo en compañía de mi perro. Sé que somos dos seres sin importancia. Olemos los árboles. Caminamos sin prisa. Pisamos las hojas secas. Nos miramos como cómplices. Ambos creamos nuestro lenguaje.

Querido lector, soy consciente de los peligros de humanizar a los animales. Sólo pierdo mi tiempo escribiendo sobre mi amado compañero. Disculparás mi falta de destreza, pero sabes lo difícil que resulta describir el amor en unas cuantas palabras. Ya decía un gran poeta: «la dicha/ de ser perro y ser hombre/ convertida/ en un solo animal/ que camina moviendo /seis patas/y una cola/ con rocío».   



[1] https://poets.org/poem/epitaph-dog

Comentarios

Entradas populares