Sobre las casas ajenas



Sobre las casas ajenas


Quisiera estar en otra parte,

mejor en otra piel,

y averiguar si desde allí la vida,

por las ventanas de otros ojos,

se ve así de grotesca algunas tardes.

Ángel González


Disfruto de despertar en casas ajenas. Cada vez que visito a mis amigos, me invade una gran curiosidad por el orden de sus objetos. Me gusta mirar con detenimiento la disposición de sus libros. He notado que algunos los organizan alfabéticamente y otros por su valor sentimental. Las manías de los amigos nos dicen cosas que no conocemos. Son esos pequeños detalles que los vuelven únicos. 

Mientras nos ponemos al día, aprovecho para observar discretamente sus trastos o su ropa. De manera inocente, les pido que me permitan entrar a su baño. Allí, veo la distribución del shampoo y del cepillo de dientes. Una de mis amigas transmite su dulzura y delicadeza en la forma de su jabón de manos. Otro tiene una pared repleta de posters que narran su adolescencia. Recuerdo que la casa de un camarada era muy parecida al museo del objeto. Los amigos de ahora ya no pueden presumirte sus colecciones de discos ni sus catálogos de DVDs. Hemos dejado de saber muchas cosas sobre ellos.

Como visitante, me gusta imaginar que cambio mi rutina, como si por un instante habitara un espacio que no es el mío. En francés la palabra hôte se refiere indistintamente al sujeto que llega y al que recibe. En español tenemos más clara la diferencia: huésped y anfitrión. En inglés, aparecen las palabras guest y host. Me agrada la ambigüedad del vocablo, pues se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. La palabra tiene cierto grado de reciprocidad y alteridad. Decía Lévinas que la apertura al otro implica una postura hospitalaria.

Mis breves estancias en las casas de mis amigos, así como los largos periodos en sus baños, me llevaron a pensar en los grandes problemas de la humanidad, sobre todo, en nuestra relación con los otros. Esto depende de la óptica en que se mire, por ejemplo, el narcisismo es un tema bastante común en las terapias cognitivo-conductuales, ya que la mirada del otro genera un profundo sufrimiento. Dependemos de la opinión y validación de los que nos rodean.

Del mismo modo, los franceses también tienen una palabra para referirse al “otro” en un sentido filosófico: autrui. En Huis clos, de Sartre, es ese autrui es el que se convierte en verdugo. Inès, Garcin y Estelle nos revelan cómo nuestra relación con los otros es terriblemente alienante. De ahí una de las frases más citadas de Sartre: “L'enfer, c'est les autres”.

Intento pensar en una relación más armónica con los otros. Cuando mis amigos me hospedan en su casa, me escuchan y ceden su espacio a la mirada ajena. Así como yo observo sus hábitos, ellos reciben mis manías. Suelo hablar mucho y dormir hasta tarde. Tener un huésped en casa es como dejar entrar un espejo de cuerpo completo.

Ahora pienso en las visitas de mis amistades. Me gustaría saber si les causa extrañeza mi ridícula colección de imanes o mis souvenirs en el librero. Mis amigos notan mis rasgos obsesivos cuando busco la taza adecuada o reviso si el vaso está lo suficientemente limpio. Espero haber sido una buena anfitriona en el más amplio sentido.

Con el tiempo, me he dado cuenta de lo difícil que fue crear amistades duraderas. Tal vez no dejaba entrar al otro a mi morada interna. Me ha sido muy complicado deshacerme de la imagen de pulcritud y perfección. No permitía que mis amigos me vieran en momentos difíciles o en situaciones incómodas. Quizá la hospitalidad también tenga que ver con tolerar la mirada positiva y negativa del otro.

De regreso a casa, vuelvo a la intimidad y me siento distinta. Algo de ellos se quedó en mí, yo en ellos. Me veo como un fantasma que recorre su sala y su cocina. Por lo menos, olvidé el hastío de ser yo misma. 



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