Resucitar el pasado



Los daguerrotipos tienen algo que me recuerda a los poemas, tal vez sea por su delicada fragilidad o su talante único. La primera fotografía de la que se tiene conocimiento fue tomada por Joseph Nicéphore Niépce, en 1826; consistió en la reproducción de una imagen desde la ventana de su taller, en Saint-Loup-de-Varennes, Francia. Más que una foto como las que conocemos ahora, era un heliograbado, es decir, una imagen precedente junto con otras obtenidas por medio de una cámara oscura. Sin embargo, Roland Barthes afirma que la primera fotografía se llamó “La mesa puesta”, reproducida en 1822.

En 1829, Louis Daguerre se asoció con Niépce y comenzaron diversos experimentos para obtener mejores imágenes. Después de la muerte de su predecesor, Daguerre inventó un nuevo proceso llamado daguerrotipo, y, de esta manera, logró revolucionar la forma en que entendemos el mundo. Más tarde, el gobierno francés adquirió la patente y la fotografía dejó de ser un privilegio dirigido a la clase alta, pues quien tuviera acceso podría quedar inmortalizado en un retrato.

La daguerrotipia consistía en la fijación de imágenes sobre una placa pulida de cobre cuyo resultado era un positivo único; en otras palabras, los sitios oscuros podrían verse claros y viceversa. De este modo, una imagen podía ser positiva o negativa al mismo tiempo, esto dependiendo de la óptica y la recepción de luz; una vez revelada la imagen era imposible obtener otra similar. Algo parecido ocurre con el poema, puesto que es único y descubre dos realidades distintas. Así, lo luminoso se vuelve sombrío.

A mi parecer, los daguerrotipos son bellamente melancólicos, se guardaban en estuches de cuero con un interior de terciopelo. Algunos contenedores eran verdaderas obras de arte, ya que contaban con grabados o se tallaban a mano. Los más valiosos son los Union Cases, fabricados durante el siglo XIX por Littlefield Parsons & Co., inclusive llegan a ser más cotizados que la fotografía incluida.

Conservar los recuerdos era una experiencia invaluable, pues las imágenes eran únicas y resultaba imposible lograr un duplicado, muy diferente a la reproducción actual. Ahora, miles de usuarios comparten sus fotografías, incluso es posible obtener una imagen con 195 millones de pixeles.

Cuando me detengo en una imagen antigua siento que puedo asir el pasado, como si tomara un poco de arena y se desvaneciera por mis manos. Algunas de mis fotografías favoritas se encuentran en el archivo Casasola, me gusta mirarlas detenidamente y observar detalles irrepetibles. Por ejemplo, en “Niños juegan en la resbaladilla de Chapultepec” podemos apreciar los hermosos sombreros y los zapatos elegantes de los años veinte. Pienso en los niños que juegan alegremente, aunque es muy probable que todos estén muertos.

Menciona Barthes que la fotografía es una especie de resurrección. De nueva cuenta, me viene a la mente el poema, ya que lo pasado y lo real conviven al mismo tiempo. En ambos lenguajes se logra una copresencia. Me provoca una gran curiosidad cómo me observarán en el futuro. Tal vez algún sujeto logre captarme caminando por la calle junto a decenas de personas. ¿Alguien se detendrá a observar mis zapatos, mi cabello o mi vestimenta?¿En qué momento habitaré la realidad de otro individuo? Lo más probable es que sólo sea una desconocida que narra lo que le ocurre; no obstante, la historia también la hacen los detalles y los sujetos anónimos.

En las fotos del pasado nos hallamos a nosotros mismos; el miedo, el dolor y la alegría aún siguen presentes. Como afirma Susan Sontag, el excesivo culto al futuro deviene en un apego por las imágenes únicas. Al igual que los niños de Chapultepec, podríamos ser observados por algún curioso que también intentará resucitarnos.




Imagen: Woman seated, holding full plate daguerreotype portrait of a man. 
Fecha: 1850.George Eastman House Collection.

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